Corría el año 1997 cuando Lucrecia, mi esposa, me hizo conocer “Estancia Niña Paula”. En cuanto lo conocí, me enamoré del lugar. Al mismo tiempo, sentí mucha tristeza por su estado de abandono. Fue una etapa en nuestra vida en la que queríamos irnos de Santa Fe. Teníamos la posibilidad concreta de mudarnos a Cerdeña para trabajar y vivir allá. Había otras opciones, pero la más importante y la que más pesaba era esa. Sin embargo, no nos seducía demasiado. Alejarse de la tierra de uno, el desarraigo, ser extranjero… al principio puede ser emocionante, pero después ya no resulta tan atractivo. Al menos, así lo sentimos nosotros.
Conocer “Estancia Niña Paula” nos hizo replantear todo. Me enamoré del lugar. Con nuestro espíritu idealista pensamos: “¡Guau, esto lo podemos hacer realidad!” Volvimos y comenzamos con Lucre a elaborar una estrategia para solucionar problemas familiares. Una vez resueltos, pudimos planificar con mayor claridad lo que realmente queríamos. Estábamos seguros: Estancia Niña Paula nos atrapó. Así de sencillo.
Comenzamos a bosquejar ideas, tratando de no idealizar demasiado. Al comienzo planificamos hacer un camping, en la construcción hacer locales y nuestra casa. Pero pronto nos dimos cuenta de que no podíamos arrebatarle la historia a “Estancia Niña Paula” con modificaciones estructurales tan grandes. Decidimos restaurarlo con cuidado, tiempo y mucho amor.
En diciembre del año 2000 empezamos a ir con más frecuencia. En aquella época, las clases comenzaban en marzo, así que nos quedábamos hasta unos días antes del inicio escolar. Así comenzamos a explotar el lugar como un recreo: la gente pagaba una entrada en concepto de estacionamiento, y nosotros empezamos a traer pescado del Paraná para vender. Para nuestra sorpresa, tuvo un éxito impresionante.
Llegó un punto en el que decidimos organizarlo mejor para que no se descontrolara y convertirlo en un espacio exclusivo y tranquilo. Nos enfocamos en la restauración, comenzando por el restaurante, al que en un principio lo llamaba el comedor. Todo era muy precario y humilde, pero poco a poco comenzamos a elaborar platos, lo que nos impulsó aún más.
En 2002, cuando nació nuestra hija más chica, tomamos la decisión de mudarnos definitivamente. Fue una decisión criticada por muchos, sobre todo por nuestros padres, que tenían miedo. También algunos amigos y conocidos pensaban que era una locura. Pero Lucre y yo estábamos convencidos de que podíamos sacarlo adelante.
Siempre describí a Estancia Niña Paula como un “Gigante Dormido”, y hoy, después de tantos años, siento que apenas está comenzando a caminar. Nos mudamos con lo justo y necesario, sin luz ni agua. Nos bañábamos en el río hasta fines de marzo, noches de juego de cartas iluminados con la luz tenue de una vela.
Luego, Beba, la madre de Lucre, nos regaló nuestra primera salamandra, con la que calentábamos agua para bañarnos. No tuvimos electricidad hasta que pude arreglar un motor Lister inglés, que formaba parte de la historia de Estancia Niña Paula y nos proporcionó energía eléctrica.
Tuvimos momentos difíciles. Uno de los peores fue cuando, con apenas un año y tres meses, nuestra hija más chica se quemó las manos y estuvo 45 días internada en el Hospital Infantil Municipal. Gracias a Dios, todo salió bien. En esos momentos, uno se da cuenta de la persona que tiene al lado; pude ver a mi compañera de vida, Lucre: una mujer increíble, una amiga, una esposa incondicional, una madre ejemplar.
Luego de este incidente, teníamos que tomar una decisión: abandonar nuestro sueño o seguir adelante. No hubo dudas: seguimos adelante. Sacamos un crédito en el CFI para restaurar las primeras seis habitaciones de la hostería. Pasaron muchos años hasta que pudimos restaurar la segunda parte, pero poco a poco nos fuimos afianzando, no solo en Mina Clavero, sino en todo el valle.
Mantuvimos siempre una línea de conducta intachable, lo que nos abrió muchas puertas y nos permitió conocer gente maravillosa. A día de hoy, seguimos recibiendo muestras de afecto y ayuda de muchas personas, lo que nos permitió consolidarnos. Hoy disfrutamos de nuestros logros, de nuestro esfuerzo, y sobre todo, de nuestro lugar en el mundo.
Un cálido abrazo, Juan y Lucre
¿Cómo llegar?
Camino de las Altas Cumbres,
Valle de Traslasierra